Hablar de Rigoberta Menchú es hablar de la solidez de un pueblo, del valor de la memoria y de la dignidad que nace cuando la cultura se convierte en entereza. Activista guatemalteca, defensora incansable de los derechos de los pueblos indígenas y ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992, siendo la primera indígena en recibirlo.
Rigoberta ha dedicado su vida a visibilizar las injusticias sufridas por su comunidad y a promover un mundo donde la diversidad cultural sea motivo de respeto y no de discriminación. Con la dotación económica del premio, Rigoberta Menchú abrió, primero en México y luego en Guatemala, la Fundación Rigoberta Menchú Tum, cuya misión es contribuir a recuperar y enriquecer los valores humanos para la construcción de una ética de paz mundial, a partir de la diversidad étnica, política y cultural de los pueblos del mundo.
Rigoberta Menchú Tum, una voz que se convirtió en esperanza
Rigoberta nació en 1959 en el municipio de San Miguel Uspantán, Departamento de El Quiché, Guatemala en el seno de una familia indígena, en una época marcada por el conflicto armado interno y la desigualdad social. Desde joven conoció el sufrimiento: la pobreza, la marginación y la violencia política que golpeó duramente a su familia y a su comunidad. Sin embargo, en lugar de rendirse al silencio, Rigoberta transformó su dolor en palabra.
Su padre, su madre y varios miembros más de su familia sufrieron la persecución y la tortura del gobierno militar. Por ello, en 1977 comenzó a militar en el Comité Unidad Campesina, integrándose formalmente en 1979. Por causa de la represión del ejército tuvo que refugiarse en México en 1981 desde donde se dedicó a denunciar a nivel internacional la situación que sufrían los indios guatemaltecos y de la sistemática violación de los derechos humanos de la que eran objeto.
Su testimonio está recogido en el libro “Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia”, en el que relató su historia personal y la de su comunidad indígena a la antropóloga Elizabeth Burgos. El libro se convirtió en un símbolo de denuncia y en una voz colectiva que traspasó fronteras. Contar su historia fue un acto de valentía, pero también de amor: amor a su pueblo, a su cultura y a la posibilidad de construir una sociedad más justa.
Participó en números foros internacionales en sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Rigoberta formó parte desde 1982 de la Sub-Comisión de Prevención de las Discriminaciones y Protección de las Minorías.
Su reconocimiento internacional le permitió actuar como mediadora en el proceso de paz entre el Gobierno y la guerrilla iniciado en los años siguientes que culminó en el año 1996 con la firma de los acuerdos de paz.
Un camino hacia la convivencia
La historia de Rigoberta Menchú nos enseña que aplicar los derechos humanos no es solo una cuestión legal o política, sino también cultural y ética. Significa reconocer el valor de cada persona, respetar las diferencias y aprender a convivir en armonía con los que piensan, sienten o viven de manera distinta.
Ella ha promovido la conversación intercultural como camino para la paz, recordándonos que las culturas no deben enfrentarse, sino encontrarse. Su trabajo ha inspirado movimientos en América Latina y en el mundo entero, fortaleciendo la conciencia de que la justicia y la convivencia solo son posibles cuando se escuchan todas las voces.
Hoy, Rigoberta Menchú continúa siendo un símbolo de esperanza. Su vida nos invita a preguntarnos: ¿qué hacemos, desde nuestro entorno, para construir una convivencia armónica donde todos los pueblos y culturas tengan lugar?
La respuesta pasa por el respeto, la empatía y la participación activa en la aplicación de los derechos humanos.
Porque, como demuestra Rigoberta, cuando una cultura se comparte, se enriquece la humanidad entera.
Referencias
https://www.myt.org.mx/tolerancia_url/rigoberta-menchu-tum
https://igualdad.us.es/wpblog/mujeres-destacadas/rigoberta-menchu-activista/
