El poder del lenguaje es fundamental en cómo establecemos nuestras relaciones humanas. Las palabras no solo describen el mundo: lo crean.
Nuestro querido maestro, Dr. Humberto Maturana, lo expresó con claridad: “Vivimos en el lenguaje”. A través de él construimos nuestras relaciones, configuramos nuestras emociones y damos forma a nuestra convivencia. Por eso, el modo en que conversamos tiene un enorme poder transformador: puede acercar o alejar, sanar o herir, unir o dividir.
Las palabras tienen poder. Con ellas podemos tender puentes o levantar muros, acercar o herir, comprender o juzgar. El modo en que nos comunicamos refleja no solo lo que pensamos, sino también cómo nos relacionamos con los demás. En este sentido, el lenguaje no violento se convierte en una herramienta fundamental para construir relaciones saludables y respetuosas.
El lenguaje como espejo de nuestras emociones
Muchas veces no somos conscientes de cómo nuestras palabras pueden generar distancia, malestar o incluso conflicto. Un tono cortante, una palabra despectiva o una crítica formulada sin empatía pueden transformar una conversación en una disputa.
La comunicación no violenta, abreviada con las siglas CNV y conocida también con el nombre de comunicación compasiva o colaborativa, es una teoría que aborda el proceso comunicativo entre los seres humanos. Desarrollada por Marshall Rosenberg a inicios de los años sesenta, esta postura se asienta en tres pilares básicos:
- Auto empatía, conocimiento extenso del yo interior.
- Empatía, capacidad para entender emociones y sentimientos ajenos.
- Autoexpresión honesta, según su creador, hay que entenderla como la habilidad para expresarse de forma auténtica y sincera, despertando en los demás el sentimiento de compasión.
Para Rosemberg, el lenguaje no violento parte de un principio esencial: toda comunicación puede ser una oportunidad para conectar desde la empatía y la comprensión mutua.
Practicarlo implica observar sin juzgar, expresar lo que sentimos, reconocer nuestras necesidades y hacer peticiones claras y respetuosas. No se trata de hablar con suavidad o evitar los conflictos, sino de comunicar con conciencia y respeto.
Las palabras no solo describen el mundo: lo crean.
Maturana nos recuerda que el lenguaje no es una herramienta neutra; es el espacio donde se generan los mundos que habitamos. Cuando utilizamos palabras cargadas de agresividad o juicio, no solo comunicamos una idea, creamos una realidad relacional violenta.
En cambio, cuando elegimos un lenguaje respetuoso, empático y consciente, damos origen a un espacio emocional distinto, donde el otro puede sentirse reconocido y valorado.
Esta mirada coincide con la propuesta de la Comunicación No Violenta desarrollada por Marshall Rosenberg, que invita a expresar lo que sentimos y necesitamos sin atacar ni culpar. Ambas perspectivas convergen en un punto esencial: el lenguaje la base de la convivencia positiva y de la paz.
Cómo usar el lenguaje para fomentar el respeto
Aplicar un lenguaje no violento no es sencillo, requiere escucha activa, autocontrol emocional y empatía. Algunas claves para empezar son:
- Escuchar antes de responder. Escuchar de verdad al otro, desde el respeto, como legítimo otro para comprender, no solo para responder. A veces lo que el otro necesita no es una solución, sino sentirse escuchado.
- Conversar desde el “yo”, desde la experiencia propia. Decir “yo siento” “yo necesito” “me siento frustrado cuando…” en lugar de “tú siempre haces…” evitar el ataque y abrir la puerta a la conversación.
- Cuidar el tono y el cuerpo. La comunicación no verbal refuerza o contradice nuestras palabras. Un gesto amable puede cambiarlo todo.
- Reconocer las emociones propias y ajenas. Comprender qué sentimos y el para qué, nos ayuda a comunicarnos con autenticidad.
- Usar las palabras para construir. Un “gracias”, un “entiendo”, un “cuéntame más” “un perdón” son semillas de respeto y cooperación.
- Observar sin juzgar. Describir los hechos sin añadir interpretaciones o etiquetas abre la puerta a la comprensión.
- Reconocer el valor del silencio. A veces, callar y respirar también es una forma de respeto.
El lenguaje que transforma
Cuando elegimos nuestras palabras con cuidado, con respeto hacia el otro, generamos un clima de confianza que fortalece los vínculos personales, familiares, laborales y sociales. El lenguaje no violento nos enseña que la convivencia armónica no se impone, se construye día a día, conversación a conversación.
Para Maturana, convivir es coexistir en el respeto mutuo, y el lenguaje es el hilo con el que tejemos esa convivencia.
Cada palabra puede ser una semilla de confianza o de miedo, de cercanía o de distancia.
Elegir cómo conversamos es, por tanto, una forma de elegir el tipo de mundo que queremos construir.
Cuando cuidamos nuestras palabras, nos estamos cuidando a nosotros mismos y construyendo una convivencia en armonía con los demás.
Referencias
https://www.lacomunicacionnoviolenta.com
