Educar sin gritos, el primer paso hacia una convivencia armónica

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Educar sin gritos es el objetivo que debemos marcarnos para una educación sana y una convivencia armónica en nuestra familia. En medio del ajetreo diario, con las prisas, el estrés y las presiones laborales, es fácil perder la paciencia. Una mala respuesta, un juguete tirado, una tarea sin hacer… y de pronto, el grito se escapa. Pero, ¿alguna vez te has preguntado qué hay detrás de ese impulso de alzar la voz? ¿Y qué pasaría si empezáramos a educar sin gritos?

La crianza de los hijos es un viaje lleno de desafíos y alegrías. Como padres, buscamos lo mejor para nuestros hijos, sin embargo, es fácil caer en patrones de crianza basados en gritos y castigos, que a menudo generan más conflictos que soluciones.

Cada vez que eliges el respeto sobre el grito, estás construyendo un hogar donde se respira confianza y amor. Y eso, sin duda, es el cimiento de cualquier convivencia armónica.

Porque al final del día, lo que queremos no es que nos obedezcan por miedo, sino que nos escuchen por amor y comprensión. Darse cuenta de que ese grito que voy a hacer, se genera en un deseo nuestro de algo que yo quiero y nuestro hijo/a no va a entender nuestra reacción. Hemos de preguntar y escuchar con atención, con respeto.

¿Por qué educar sin gritos?

Los gritos generan miedo y ansiedad en los niños, afectando su autoestima y seguridad emocional. Los niños aprenden observando a sus padres. Si gritamos, ellos también lo harán.

Los gritos dificultan la comunicación, y el entendimiento mutuo. Este tipo de comunicación genera falta de respeto hacia el otro/a al que me estoy dirigiendo, desaparece la conversación. Un hogar lleno de gritos es un ambiente estresante y poco propicio para la convivencia armónica.

Crianza respetuosa

Cuando educamos desde el grito, lo que en realidad estamos haciendo es imponer autoridad desde el miedo, no desde el respeto, no desde el amor. El niño o niña puede obedecer, pero lo hace por temor a la reacción, no porque comprenda lo que está bien o mal. A largo plazo, este estilo de comunicación desgasta la relación, genera inseguridad y bloquea la conversación.

La educación sin gritos no es permisividad, sino firmeza con respeto. Es ver al niño como un ser humano, legítimo, que merece ser escuchado, incluso cuando nosotros “pensamos” que se está equivocando según nuestras interpretaciones. Es enseñar con el ejemplo, es ser honesto, incluso cuando estamos cansados. Porque lo que no se dice con palabras, se transmite con el tono, la mirada, la actitud, las acciones.

Claves para no caer en la violencia verbal

Estas son algunas claves para no perder la paciencia y caer en la violencia verbal que nos llevara a romper la convivencia armónica en la familia.

Utiliza el lenguaje positivo con palabras amables y respetuosas, evitando el sarcasmo y la ironía.

Establece límites claros: define reglas claras en función de la edad y madurez de los niños, conversa y explica las consecuencias de no cumplirlas y sé consecuente aplicándolas sin excepciones. Construir juntos las reglas.

Fomenta la empatía, intenta comprender los sentimientos y necesidades de tus hijos; ayúdalos a identificar y expresar sus emociones de manera saludable y enséñales a generar conversaciones en las que nos respetemos, y busquemos soluciones pacíficas.

Refuerzo positivo: reconoce sus logros, su esfuerzo y sus buenas acciones; dedica tiempo de calidad a tus hijos y muéstrales tu cariño con palabras y abrazos. Y pregunta qué necesita, cómo se siente.

Gestiona tus emociones: aprende a controlar el estrés y la frustración y no dudes en buscar apoyo profesional si lo necesitas. Respira antes de actuar y tómate un tiempo para descansar y realizar actividades que te relajen porque el agotamiento puede hacerte reaccionar de forma emocional y brusca. Te ayudarás a ti mismo/a si ayudas a tus hijos/as, observa qué emociones les aparecen, y abre espacios para que, en una conversación con respeto, puedan expresar sus sentimientos, emociones y acciones.

Convivencia armónica: un objetivo compartido

Cuando dejamos atrás los gritos, abrimos la puerta a una convivencia más sana, más cálida, más humana. Y esto no solo aplica a la relación entre adultos y niños, sino a todas las interacciones dentro del hogar. Los niños aprenden cómo resolver conflictos observando. Si ven que ante el error se responde con gritos, eso es lo que replicarán. Pero si ven paciencia, conversaciones y comprensión, eso es lo que harán.

Una convivencia armónica no significa ausencia de conflicto, sino saber gestionarlo sin herir. Significa construir un ambiente donde todos se sientan seguros emocionalmente, donde haya espacio para el error, para el perdón y para crecer juntos.

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